Milagroso amarnos ante tanto bosque y tanta bruma por delante.
Mantener los mismos ojos con la misma mirada enamorada y con
sed de seguir amándonos. En la oscuridad que la luna ilumina, palpar
las arrugas de nuestros rostros de cobija arrugada y darle una distinta
sonoridad a cada beso nuevo. Somos sin siquiera quererlo, el uno
para el otro, y más cuando la despensa está vacía y el hambre eructa
por nuestros estómagos. Si, es cierto, existe una carpa para los hambrientos;
un refugio para los enceguecidos, un quinqué ardiendo toda la noche.
Es el viejo cuento escrito en pergaminos del mar muerto; la antigua
historia sabida en nuestros genes enamorados.
Y no es que tu hayas sido destinada para el calcio de mis huesos,
es que, simplemente cayó sobre nosotros, la misma bendición de hace
cien años.
Ven, acércate y charlemos, dejemos que el amor haga
lo suyo: tejer hilachos resistentes al paso inexorable del tiempo.
JC
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