Cuando María Camargo sufrió
el riesgo de perder la vida, me
arrodillé y elevé esta plegaria:
Te ofrendo gravedad de mi hija
Su fiebre de plomo
Su sangre de Cisne
Permanezco en la hora
que Nadie Reclama
torcido del cuello
mirando la flama
Santa Urbana
JC
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