martes, 1 de marzo de 2016

Poema.




Que tristeza siento por los que lo saben todo.

Dejé atrás el hábito de chupar limones amargos por

mi bien.

Hoy reposo de mi enojo; opto por no discutir si la

marea es baja, si la luna moja o no su panza en el

mar antes de ir a dormir.

No interfiero en los afanes suicidas y mesiánicos de

otros;

sé mucho de locura y con la mía me basta.

Me siento a la mesa en la silla que me dieron a escoger

y observo mi plato antes que a los comensales.

Si se atragantan y mueren congestionados de discursos,

en silencio y en paz voy a su funeral,

pues mis padres me enseñaron a ser compasivo.

Yo solo vendo los libros que escribo, sean buenos o malos

no me importa.

También compongo canciones como si de hornear pan

se tratara.

Eso si que lo disfruto con todo lo que de niño me queda.

Colecciono caballitos de mar perezosos, lluvia en un vaso,

la calistenia de una muchacha bonita, el policía que hurtó

mi niñez y mis arrugas cuando dormía.

Si uno no es más que el tiempo que le queda para dar agua

o beber un beso.

Todo ese castillo de sueños y promesas  se lo lleva el mar como arena,

o con averías en el riñón lo entierran a uno.

Mientras, la amorosa muerte, sella con cera estos ojos

tiernamente.

JC



























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