viernes, 18 de marzo de 2016



A veces doy por sentado la precisión del tic-tac del reloj.

No me detengo a indagar los  misterios de tu voz dulce

atrapada en una bocina de teléfono.

Cuando hacemos el amor no reparo sobre la media luz

que nos difumina.

Jamás imaginé que el amor de hotel, el  genuino amor apasionado,

sería clandestino en las urbes.

Cierto, el mundo ofrece sus inventos desde antaño y sus guerras

antiguas, y guerras modernas propiciada por la ausencia

de sosiego humano.

Así es, amor: el cataclismo convulso nos recibió con mortandad

y sangrados al  nacer.

Aún antes de reencontrarnos, el cielo y el mar, llameaban.

Pero, tú y yo, teníamos la solución a esta perversa  apocalipsis:

el núcleo sólido del amor humano, virulento, erótico,  radioactivo,

estalló en las ciudades, y dejó sombras de corazones en las paredes,

 en el asfalto.

Cenizas amorosas cubrieron las ciudades, los campos; los labios y los párpados:

odiar dejó de ser una estrategia seductora.

JC















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