viernes, 7 de julio de 2017




Unos tragos de cerveza tibia que es noche de blues, 

amigos.

Serpientes de lluvia se enredan en los brazos bajo el suéter

y amoratan la piel.

Lo que nos congrega no es la tristeza si no algo más antiguo;

un misterio desconocido que pesa como si trajéramos cargando

tres almas cada quien, cada cual, cada uno.

Por eso nuestro canto es lerdo y lentas las palmadas:

 somos la trinidad

del blues encarnada.

Somos lejanamente ancestrales cuando en 

el pozo de la noche miramos nuestro reflejo estelar, 

cósmico.

Intuimos esta música por ser humanos, por ser tribales; 

nuestras almas, sabemos, se funden al todo cuando danzamos, 

cuando las gargantas cantan hasta el aullido seminal, primigenio.

No somos distintos a esos gitanos cuyos corazones se apuestan

en la mesa de las carnes y el ajenjo. 

Tampoco a los africanos de nombres musulmanes que llegaron a ser 

emperadores y Griots.

Pero la noche mexicana es nuestra en su profundidad más negra.

 Noche de blues y lluvia, amigos, amigas:

Blues para los mal nacidos que andan perdidos,
abatidos, inconsolables.
Blues para los insociables, esos que duermen solos
en camas duras llenas de ventisca.
Blues para los que ayer vieron morir el amor; lluvia de
junio en sus hombros.
Blues como gancho de hierro en el plexo solar, sofocante,
quita vidas, redundantes clientes de la muerte temprana.
Blues de tragos de ron barato, acedos, abrasivos, amargos;
de madrugada líquida.
Blues, tejido de sonidos inaudibles para la ciudad come
almas ateridas, desnudas, agotadas.

Blues para ti, amor,  haz de luz, la noche eres tu toda labios,
Blues que ha encontrado la mar, tendida en un claro de la cama:
Blues eres  en cada circunstancia, en todo argumento amoroso,
mujer.

JC








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