jueves, 17 de diciembre de 2015

¡Peligro, peligro!


                                   ¡Peligro, peligro!

¡Cómo perdí amigos cuando dejé de chupar! Llevaba dos meses sin beber y ya me estaba volviendo un renegado, un santurrón. Mi padrino me dijo que le bajara, que jamás dejaría de ser yo un mísero alcohólico; que si bien mis parnas se alejarían de mi, pronto se acercarían verdaderos amigos. Como era muy novato en eso de dejar la mexicana alegría, me cuidaban día y noche; el padrino tenía mucha experiencia y sabía que me estaba haciendo menso con eso de brindar un puro refresco. -"Abusado con la obsesión", me alertaba:- "recuerda la lista negra que hay en el grupo", amenazaba. Yo acostumbrado a que no faltara alcohol en los festejos navideños, me sentía devastado; "sólo por hoy, no", retumbaba en mi mentecita enferma "y yo que andaba a la orilla de la nada huyendo del dolor del mundo", me torturaba con mi rolita. En verdad que estos tiempos eran peligrosísimos, muchos recaídos llegaban ebrios al grupo, por no derrotarse ante el alcohol, ni trabajar su historial en tribuna -ensarapados les llamaban en AA a aquellos que no subían jamás a tribuna-
Cuando llegué por primera vez pensaba que me rendirían pleitesía por ser un blues star ¡pero mangos!,  me pusieron a lavar escusados y cuidar teporochos a las 12 de la noche. Yo no me daba cuenta de que mejoraba, pero mi familia si; adoraban a mi padrino; después me llevaron a la granja de AA, que estaba por la carretera vieja a Cuernavaca; teníamos una junta y luego los granjeros nos daban de cenar. A veces a estrellita marinera le tocaba lavar todos los platos de los comensales con agua helada; no me quejaba, pues necesitaba hacer servicio.
En el argot no se usaba el "por favor",  sino que con humildad pedíamos las cosas: "Compañero, te echo humildad para que me prestes la escoba", aprendí a decir. Estrené mi nueva vida en una gira a Mérida; el primer concierto sería una fiesta de políticos que se habían agenciado a Real para divertimento privado (así se las gastaban estos burrócratas de la cultura). Pues bien, a pocas horas del toquín, llegaron tres preciosa edecanes con insensatas botellas de ron, whisky, chescos y botanas al hotel donde nos hospedábamos, para hacer caravana con presupuesto ajeno y consentirnos. Todos los músicos voltearon a ver que cara ponía, y yo inflado de estoicismo, les dije que si creían que iría a beber, se equivocaban; que solo un vasito de agua mineral me tomaría. Ellos  de verme pedo a todas horas en escena, dudaban de mi fuerza de voluntad: "¿A poco ya no vas a chupar ni a reventarte con mujeres, Cruz?" ¡No!, contestaba neurótica y tajantemente. De ser un gato callejero y regresar a mi cantón tres noches después, ahora me quedaba modosito en el hotel a ver tele o a tocar la lira. Extraños rituales descubrí en soledad que ni yo me creía: aprendí a dialogar conmigo mismo; a sentir incertidumbre como un simple ser humano; a verme vulnerable y asustado en un escenario sin recurrir al alcohol; había creado a un súper monigote  que todo lo podía, que lograba todo. Más chavo engullí, no solo la literatura de Bukowski o Nietzsche, sino sus comportamientos fuera de contexto;  ahora, sorprendido descubría que el erotismo inherente en mí, existía; una pasión por la vida, por la búsqueda de mi Ser que yo mismo había abaratado en desmadre y condones. Sin alcohol ni droga era un cachorrillo intentando llamar la atención. Ese punto de quiebre exhibió mi ego. ¡Basta de solemnidad!  Mi primer concierto sin "aditamentos" fue espeluznante, una pesadilla: el  infierno. Terminada la presentación llamé a mi padrino para alivianarme. Recuerdo con exactitud sus palabras: "Estas empezando a vivir en blanco y negro".
Cuanta razón tenía. Acostumbrado a creer las fantasías guajiras que habité por años, sus palabras me tumbaron a la lona  para levantarme  y persistir en el camino de la transformación.

Blues y luz.
José Cruz.

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