sábado, 22 de septiembre de 2018



Un disco de Willie Dixon se marea de tanta vuelta
en la tornamesa.
He querido que mi herida sangre lentamente en la
tarde.
Pude haber escogido otro oficio más alejado del
infierno, pero me estafó el destino en el casino del
poker, el tabaco y un atractivo vino.
El amor, en esos días, eran dos animales en una cama
decrépita, ruidosa; rota como la pared venosa de los
corazones tristes.
Cerrábamos los ojos después del orgasmo, y en el
cenicero de la noche, apagábamos el dolor de ser
desterrados, expatriados.
-
El escenario olía a blues, sexo y aserrín; y varias almas
cuchicheaban un lenguaje amargo, negro como la
gangrena.
Una plumilla entre los dientes para tocar con las yemas
de los dedos de la mano izquierda mi guitarra eléctrica,
sobre todo, en esos solos intensos que me hacían llorar
un oleaje imborrable de bravas mareas vivenciales en la
ciudad infertil, sin brisa marina que se se me clavaba
como daga en el pecho.
Entré a un diminuto camerino a atemperarme con unos
tragos.
Temblaban mis piernas enfundadas en cuero negro,
sudaba.
Cuánto alcohol y mota toleraría el templo de mi sagrado
cuerpo:
lo supe delirios más tarde.
-
Odiosas noches en las que se desprendía mi espíritu y se
largaba al cosmos pinkfloydiano con sus constelaciones
 'purple haze', sus planetas parlantes, el danzón de multiversos,
y cobarde regresaba al cuerpo como un superman ante la
mortal kriptonita (entiéndase cocaina).
El terror narcisista de descubrir que no era inmortal;
que había creído con fe ciega en el dogma: "a mi no me
pasará un tren encima".
Pero, no existen las tardes ebrias, ni tequileras; los días
deprimentes, el ebrio tequilero y depresivo es uno mismo.
Tampoco los amigos traicioneros cuando uno los enseña a
traicionar.
"Compro parnas para no chupar solo, porque siento pánico
a la soledad".
-
Luz-oscuridad-y las navegaciones circundantes del verano.
No es tristeza lo que cargan las horas aciagas, es el blues
tocando las orillas del alma.
Es tu cuello en mi memoria y los labios besados resonando
lejos.
Tus dedos adelgazaban un cigarro y sonreía el humo en tu
boca.
Yo ebrio, intentaba tomar tu cintura  para bailar bajo el cielo
constelado.
Abolimos la pena de muerte de las ciudades para liberarnos
del insomnio y la pesadilla.
Ésa, nuestra noche, la última noche tejida por nuestro amor,
es hoy, la consideración de lo eterno.

JC













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