lunes, 16 de diciembre de 2019


Al fascismo no se le debate, se le destruye
Si Trump pudiera organizar a grupos armados para salir a las calles a quemar, a destruir, a perseguir, ya lo habría hecho, creo que ganas no le faltarían. Trump cuenta con el apoyo de buena parte de las fuerzas armadas, policías, millonarios y, claro, su base principal, mujeres y hombres blancos conservadores.
Quizás Trump no sea un fascista declarado a sí mismo como tal, pero lo cierto es que sí es un individuo doble moral y simulador con tintes fascistoides, que ha llegado para darles a los grupitos neofascistas una agradable comodidad para que hagan de las suyas y que se ensañen, principalmente, contra los inmigrantes.
Las consignas del trumpismo tienen, desde luego, ese toque fascistoide, como el «que deporten a todos», «que se construya el muro y que México lo pague», «que Estados Unidos vuelva a ser un país de blancos, por blancos, para blancos»…
Trump, con su consciente desinterés para condenar a la ideología neofascista, ha dado a estos grupos un permiso para salir a promover su falaz teoría de que la raza blanca es la «víctima» de todo. Porque, eso sí, los grupos neofascistas asesinan, insultan, humillan y discriminan pero, según su modo de ver las cosas, las «víctimas» son ellos.
La historia del fascismo alemán, muy presente en la memoria colectiva, nos enseña que a dicha ideología no se le debe permitir expandirse, pero ni tantito. El fascismo es un enemigo común al cual no se le puede ignorar por muy pequeño que parezca.

(fuente rebelion.org)

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