A mis hermanos y amigos
Los Compositores callejeros.
Parecías un pordiosero con las suelas raídas
de tanta calle.
Una tarde en crisis tensaba tu garganta
como llanto,
como nube de avispas taimadas:
años de sol y asfalto en los bolsillos.
Tu voz, porque tenías una huella digital, un destino
propio en tu voz;
tu voz era un trozo de terciopelo, un regalo divino.
Don silencioso como una enfermedad invisible
que no asoma hasta que avista la muerte.
Y cantabas, por unas monedas, sobre tu vida azarosa,
y palpabas, a la vez, la oculta vida de los demás.
Así son los mendigos callejeros que calzan nubes; así, tan
humanos que asustan.
Sé de sus travesía en trenes por paisajes extraños,
sé de su prisa por, qué sé yo, quizá esfumarse entre flores;
de llevar las cantinas a las calles.
Reconocí la languidez de tu sombra como una larga y triste
lágrima.
JC
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