viernes, 26 de julio de 2019

Buen día.

                               Un paso adelante

Jorge Reyes, el gran innovador y visionario músico mexicano que fusionó el rock con la música prehispánica, falleció la noche después de que mi gran amigo director del documental 'A diez metros del infierno', Leobardo Jacob Lechuga, lo entrevistara.
Jorge habló de este encuentro de ambos con el blues, raíz del rock,
el jazz y de la música popular contemporánea en todo el mundo.
Él fue mi mentor y novio de mi hermana Julia Camargo; lo recuerdo de pelo
largo y barba, con una camisa de manta morada y una armónica Marine Band
en el bolsillo. Yo tenía 13 años y un largo camino que recorrer en la vida;
Jorge abrió mi mente y mi corazón al presentarme a las deidades del blues:
Little Walter, John Lee Hooker, Mudy Waters, BB King, Walter Horton, Sonny
Boy Williamson, Sonny Terry; y grupos de rock desconocidos para mí.
Practicante de la meditación; después  fundaría y sería pilar de legendarios
grupos como: Nuevo México, con Carlos Mata; Al Universo y Chac Mool.
Una ocasión nos invitó a mi hermana y a mi a Uruapan, Michoacán, de donde
era originario; ya instalados en su casa, le comenté que quería comprar una
guitarra; inmediatamente me llevó a Paracho, lugar de exquisitos artesanos
purépechas fabricantes de las mejores guitarras del país ( sostenían ellos)
 y Jorge lo avalaba.
Escogí una hermosa guitarra laqueada en verde eléctrico, muy peculiar y  con
un sonido inigualable; con esa guitarra compondría años después, canciones
emblemáticas, como Contraley, Azul, Polvo en los ojos, Recargado, Llévate
la historia y muchas otras. Regresamos a Uruapan para salir rumbo a Playa
Azul a acampar en la arena y 'dialogar con el mar', como Jorge haría.

Parecía que el mar lo conocía; rugían sus olas frente a el y se zambullía
desnudo en ellas para ser uno con esa bestia amorosa; luego cerraba los
ojos y se dejaba llevar por ese continuo balanceo; su sabia cadencia.
En completo estado de absorción espiritual, Jorge nos invitaba a recibir
el crepúsculo sentados alrededor de una fogata con guitarras y flautas.
Jorge era tribal y un hombre que ofrendaba al universo su esencia sin
negociaciones egocéntricas. Su alma resonaba en sol mayor; eso, lo sabíamos
todos. Pasamos días y noches bajo el sol y la luna; dormíamos en casas de
campaña llenos de sal y piquetes de jejenes. Eramos vegetarianos, subterráneos
y contra- culturales; hacíamos música de la nada; bautizamos al mar con
una canción que el mar repetía en nuestros sueños. Siempre era un acontecimiento
ser despertados por la voz ronca del mar y salir a saludarlo y revolcarnos
en sus sábanas azules. De noche el cielo tupido de estrellas; de constelaciones
que nos veían diminutos tal y como somos los seres humanos: huérfanos
ignorantes de nuestra divinidad, pero Jorge Reyes sí lo sabía y estaba un
paso adelante nosotros, muy adelante.

Blues y Luz
José Cruz.

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