No hay asientos para la marcha fúnebre en que se ha
convertido México.
Es pesado el silencio de nieve sobre los párpados;
infinitas veladoras trazan el camino largo de la desesperanza.
¿Quién falta por velar?
¿Cuantos cuerpos más habrá que enterrar?
Mujeres, niños, hombres, ancianas almas, niñas de nube;
perros echados sobre tumbas invisibles aúllan.
El día amanece amoratado y rojizo.
Como secuestrado arrojado a la calle.
Desnudo, madreado, desposeído de patria.
Así me siento, amigos.
Pero debo ir a trabajar.
JC
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