martes, 19 de marzo de 2019

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Ver el aura; el contorno brillante de una flor,
de una persona: de cientos de almas que van,
vienen y mueren.
Nacer para observar en silencio y, después,
callar.
Sentir el viento de un relámpago que aún no
revienta; la estática que eriza los vellos de
la espalda.
Todo resuena , todo cintila, todo vibra; palpita
como el corazón  que viene de lejos, de entre
una nube o la luz de un poste con su danza de
polillas.
Ver y dolerse de la grisácea emanación de esa
mujer en la calle que fuma y llora, que llora y cae
en un torbellino emocional sin fin.
Y aquel hombre que se volvió ceniza y se olvidó
el rostro en el escaparate que vendía tristeza.

Somos auras negras y
entre todos, por destino,
montamos el espeso telón
de la noche.

JC

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