lunes, 11 de marzo de 2019


Dias, tardes, noches en el núcleo de la viscosa soledad.
El tejado es el mismo: bloques esponjosos de nubes grises
y sucias.
Ya es común que el sol arroje sus flemas que derriten los
rostros, los brazos como masilla.
Bronceado gratuito es un decir: cáncer de piel, y del alma,
ni hablamos.
A veces, lo único que sé hacer, es soplar mi armónica y agitar
a los  perros para que aúllen toda la maldita madrugada.
(he visto arder sus ojos rojos de lobo primitivo, y hermanarse
con la manada de las azoteas contenidos por cercos de poderoso
hierro.)
Vivo al día en una casa que no es mía: vivo la futura muerte que
juega a ser de juguete.
Pero cuando oigo la voz de este cuerpo, siento la húmeda tierra
negra cerca, muy cerca.
¿Que ya viví lo suficiente para que la hacienda me arrebate el sostén
de la cuenta bancaria mordisqueada por los impuestos?
¡Entendí, hace unos ratos, el cobro de uso de suelo por ocupar este
espacio vital!

¡Un tanque de Prana, pero ya!

Yo que mordisqueé los cartílagos de los ángeles; yo que me hice
un caldo  de pellejo de Diablo, no vomité  la suficiente santidad y
me intoxiqué con una insignificante briznita  azufrosa.

"Cada momento de vértigo es un pequeño infarto cerebral ";
cuando el médico te sorraja esa sentencia, un silencio negro se
teje solo en tus labios y enmudeces por años.
Por esto escribo con los labios dormidos y...
no me queda más que,
cerrar los ojos y esperar.

JC

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