jueves, 6 de diciembre de 2018


La destructiva Nostalgia.

"Vivir es saberse y comprenderse.
Todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberse existiendo.
La vida es un encontrarse, un enterarse de sí.
Los objetos físicos no se sienten ni saben de su ser, no son para sí mismos, nosotros sí. Aunque, naturalmente,
 no hay que identificar este saberse característico del vivir con el saber que encontramos en la ciencia, con el saber intelectual.
El saber característico de la vida es el que corresponde a una presencia, a una conciencia inmediata
de lo que estamos viviendo, de lo que estamos haciendo o padeciendo o queriendo: es un enterarse.
Nuestra vida no sería nada si no nos  diésemos cuenta de ello, sin ese saberse, sin ese darse cuenta el dolor de muelas no nos dolería.
Y este saber no es sólo de nosotros mismos sino, como corresponde a la tesis orteguiana del carácter inseparable del yo y el mundo o circunstancia, es también un enterarse del mundo en derredor, es un advertirse y un advertir lo que nos rodea: “me doy cuenta de mí en el mundo, de mí y del mundo”.
Un aspecto de este consustancial saberse
de la vida es el apetito
de verdad que acompaña siempre al ser humano. Sin hombre no hay verdad, pero sin verdad no hay hombre.
Ortega define al hombre como el ser que necesita absolutamente de la verdad, y en “El tema de nuestro tiempo” como un “devorador de verdades”:  “zoológicamente habría, pues, que clasificar al hombre, más que como carnívoro, como verdávoro". Esta tesis separa el “vitalismo” de Ortega del que encontramos en Nietzsche.
Para este último filósofo, la conciencia de sí, el ser consciente, el saberse, es un atributo accidental y superfluo de la vida, pues en su nivel más básico la vida es esencialmente inconsciente e instintiva.
(Javier Echegoyen Olleta respecto de Ortega y Gasset.)

Llama la atención la resistencia al cambio, a lo nuevo, a la sorpresa que trae consigo la movilidad del presente.
Nuestra sociedad está cargada de "Simbologías del pasado"; del "Recuerdo de lo memorable" y más cuando el presente adquiere un significado amenazador para la memoria sentimental colectiva aunque ésta sea destructiva.
La añoranza por un México aristocrático y colonial no dista de la añoranza de un fan por sus "Ídolos pasados" de los 60', 70', 80', 90' etc.
Es el miedo a la pérdida, un duelo personal irresuelto de quien se ha vuelto tan solo voyerista de la obra de los creadores que admira y con quienes fantaseó sus transgresiones ajenas y no propias.
"Sería cruel que ese pasado jamás se vuelva a reproducir con el mismo esplendor mágico en la memoria del espectador obsesivo-compulsivo". Pero más cruel es el desfase en el tiempo del que no creció, pues no comulgó con la contemporaneidad que exigía la búsqueda existencial generacional de si mismo en su entorno íntimo social;
y que en un costoso acto de "ligereza irresponsable", se empantanó en las arenas movedizas del pasado.
Ver la espalda de quienes siguieron adelante en el camino es dramáticamente triste.
La idealización del pasado nos mantiene en una coyuntura falsa, más cuando se vuelve un reclamo iracundo y pretenciosamente descalificador: "No me gusta mi vida-no me gusta que te hayas transformado en alguien que ya no posee el feeling añejo que me produce la ansiedad de los remoto:de los vencidos."

¡Transformarse o morir!

JC.

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