miércoles, 10 de octubre de 2018



Ignoro quién fui la vida anterior a la que hoy vivo.
Se insinúa en mi memoria el grosor exacto de la corteza
de los sueños que anoche habré soñado en alguna
antigua cama. Quizá fue en mil seiscientos que soñé
morir con una lanza ensartada en el pecho (de donde
brotó una súbita parvada de golondrinas).
Quizá,también temí, el advenimiento de una muerte
apresurada por su caballería terrorífica.
Es un misterio hablar de otras vidas como si esta no
bastara.
La Nada resulta atractiva para un alma enclaustrada en
la idea de pretenderse individuo; aislada y perdida del
Todo (entretejido de lazos de luz inseparables).

Vivir es soñar, morir es despertar.

El Ser Es en las incontables muertes naturales, por suicidio,
por asesinato, por ahogamiento, por combustión interna, etc.
Antes de Cristo, me reveló irremediablemente un médium,
cultivé en un labrantío, amapola y trigo divino para hacer
harina de Maná y santificar a pecadores  y fenicios.
El arte de escribir fue llevado a Grecia por éstos últimos,
los rollos de papiro producidos en Egipto, eran distribuidos
 en todo el mundo conocido por los fenicios de Biblos.

Después, en otra de mis vidas, fui navegante egipcio,
astrónomo y poeta. A finales de mil setecientos, me hice
un devoto protestante. Estudié en la academia de San Lucas,
Roma con muchos extranjeros como yo (nací en España.)

¿De qué me sirve saber  estas peculiaridades, objeté al
vidente?

¡Calla! Respondió y de nuevo, me sumergió en esa espantosa
profundidad.

JC





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