viernes, 8 de enero de 2016

Vorágine.


                                   *Cuando perdí la vida


Dejé  la peda y los gallos mañaneros.
La neta temía morir de cirrosis o de
un pasón o volarme los sesos con ácido
lisérgico
y no bajar del viaje y quedarme pendejo.

Pero caminaba el hielo de la madrugada
por las calles mohosas y solas.

Nunca supe qué buscaba en mi,
pero buscaba adentro
y me descubría vació de vida.

cuando el invierno entraba
al barrio a buscar un arrendador,
le daba cobijo en mi cama.
Y dormía con ese peculiar
 frío de difunto.


Topé al escuadrón de la muerte.
Chupé con los que andaban
embarazados de ella.

A los  flacos panzones
se les asomaba detrás de las cuencas.

Olían a pus.
A meados.
A vómito.
A nunca nacidos.
A mal paridos.
A humedad.
A banqueta.
A llovizna.
A perro.
A mugre y sangre.
A caca en los
Calzones.

Me empiojé por andar con ellos
por abrazarlos.

Pues sentía amor
por estos vagabundos
tragaespadas.
Traga mundos.
Traga neblina y humo
de su propia estela
estela de su propia
aura.

Pero cuando un borracho peleaba
mataba  al otro como a un perro.

O moría  entre vómitos desangrado.

Cuando perdí la vida,
encarné  en otra.

No me volví cristiano ni budista
ni católico ni testículo de Jehová:
aprendí a escuchar mis vísceras.

Ellas me guiaban rumbo a casa
en vez del burdel o la cantina.

Hoy, sólo le tengo fe a mis tripas
y al Dios desnudo de iglesias;
que anda desnudo y desnudo cuando yo estoy
desnudo y desnudo que llora cuando
lloro, al que le surge de dentro la fe y
la esperanza, cuando a mi me surgen
ambas,
al Dios que vive en ti,
al Dios que vive en todos.


Blues y Luz
José Cruz.      

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