El aire que respiraste, el que exalaste: humo
de tu alma en mi olfato.
Aquel suelo que pisaste: empedrado enrojecido
por ti; el atardecer de tu vientre incendió en mi
rostro un pabilo de llama eterna.
Ahora, en el recuerdo, aparece tu fantasma y mi espíritu:
celda oxidada, callada.
JC
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