viernes, 24 de febrero de 2017

Da Vinci,



A los  trece dejé de ser aprendiz y empecé mi maestría en la vida.
Calles y mañas; madrizas a puño limpio: mi primera cicatriz semejaba
una diminuta daga en el pómulo izquierdo. Era como una lágrima escurrida;
un llorido perene.
La bebida llegó a la mesa de los tíos con la comida y la charla posterior.
Dicharacheros y jocoso ellos, preparaban deliciosas botanas que mis hermanas y yo, engullíamos.
Todos fumaban: yo no; aún me molesta el humo de cigarro, pero confieso
que fumaba a escondidas de mi padre, porque "Te rompo el hocico si te veo
fumando"... Y una tarde, agazapado detrás de su "mostrador ", enrollé un periódico viejo, lo encendí y lo fumé cual exquisito cigarro. No tardé en vomitar y quejarme de dolor de cabeza y correr a encamarme con fiebre,
(por cierto, El Diario era El Esto)
En las tardes, las batallas con mi padre, eran épicas. Yo despachaba a sus clientes de la papelería con esmero, la bronca eran los precios; mi jefe sabía de memoria cuánto costaban desde un sacapuntas hasta las populares monografías: yo no... E iniciaban los gritos y empujones; la tienda, atiborrada de clientes, atónitos observaban. Unos salían corriendo, otros, supongo que hacían apuestas para ver quién "Podía más".
Amé a mi padre cuanto pude, cuanto se dejaba, pero no éramos afines mas que en el fút.
Una tarde me enteré por mi hermana, que por precipitado, cayó a la entrada de su papelería "Da Vinci" y entró en coma.
"Cómo del rayo, uno se salva, pero de la raya no" (sabias palabras de mi abuela Juana, la medium)
Me despedí de él en el hospital; le agradecí me diera la vida en voz alta, porqué, en su agonía, el espíritu escucha.

JC

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