lunes, 28 de septiembre de 2015

Relato ficción.


                                                                   "Los hombre del poder dejaron de ser humanos." H.G.W.



Un viento helado recorrió la espina dorsal del guarda espaldas; no vio venir el golpe, sólo escuchó la detonación y  se lanzó a cubrir el cuerpo de su jefe, pero fue demasiado tarde.


                                                                          1                                                

Inhaló profundamente para descansar del reclamo de esas voces doloridas; de esa pesada atmósfera de duelo. Son muchos y están furiosos, pensó. Su secretario lo miraba a la distancia, este desconocía el oficio de auxiliar a un superior, más si tenía escasas semanas en el puesto. El recinto extremadamente vigilado por efectivos del ejército y policías federales vestidos de civil, le daba un poco de alivio, pero no el que necesitaba. También la presión internacional lo acosaba a través de diarios influyentes en el mundo; las recomendaciones de la ONU eran severas como para ignorarlas.
Esa mañana se levantó desvelado por la junta que tuviera con su gabinete (cuatro horas de discusiones sobre la estrategia que debía aplicar en esa reunión decisiva).
Se duchó y desayunó con "El Diablo"; en realidad así le llamaba su compadre Guzmán, Capo del Cártel de Sinaloa, a mezclar whisky con cocaína: el "desayuno del diablo", para arrancar con hartas ganas el día, decía.
"Y decía bien el cabrón que se había fugado de una prisión de alta seguridad ante sus ojos, los del director del penal; de su secretario de seguridad y del sofisticado aparato de vigilancia: el costo político fue irreversible, "¡pinche ojete! musitó".
Su chofer y seis guaruras, en una camioneta aparte lo esperaban. Esta vez iría solo. Su mujer una actriz de televisión se alejó de él debido a la misoginia que portaba en los genes; después de varias golpizas decidió refugiarse en su millonaria Casa Blanca, vórtice de un gran escándalo mediático que le provocó el repudio del país entero. Antes de salir le marcó a su amigo encargado de la hacienda y los dineros de la nación, lo consideraba su brazo fuerte y fiel compañero de juergas.
Se acomodó la corbata, suspiró y abrió la puerta.
Rumbo a su destino, revisaba las tarjetas de los puntos que expondría, no diría más. No daría más concesiones, ese era el acuerdo, los intereses en juego eran mayores a su escasa capacidad para gobernar. "¿Porqué tenía que negociar con unos míseros pueblerinos desesperados y necios?", pensó.

"Después que el caso Ayotzinapa exhibió que la desaparición forzada es una práctica generalizada en Guerrero, el presidente de la república tendrá que informar al Comité contra la Desaparición Forzada de la ONU (CED, por sus siglas en inglés) sobre la actuación de su gobierno para localizar e investigar 143 casos reportados entre 2011 y 2014 en Iguala y cinco municipios cercanos."
Leyó en una revista de circulación nacional, su enojo aumentó; el gabinete que había elegido para arrancar el inicio de su gobierno, era débil o más aún, le ponía piedras en el camino; su gente de confianza, encargados de prensa y de registró de índice de popularidad; asesores en política internacional y estrategas en geopolítica, fallaban extrañamente. Su partido era un infando de personajes que peleaban por la carroña que iba dejando su deteriorado cuerpo, si bien lo abrigaron cuando sus inconstitucionales reformas diseñadas desde Washington en contubernio con la oligarquía del país, estos recibieron jugosos ramalazos de "Moches" millonarios que les garantizaban una vida de lujos y comodidad. Pero el puñal en la mano derecha de los traidores siempre acechaba en la oscuridad. El asunto de la enfermedad incurable que supuestamente  le contaba los  días, fue sugerida por el aparato de inteligencia de EUA, la CIA, para remontar la pérdida de popularidad y ganar empatía en la población debido a las intransigentes reformas impuestas al vapor. Pero esto produjo el efecto contrario: los analistas lo golpearon sin compasión y la vox populi empezó a insinuar que la enfermedad se debía a su sabida homosexualidad.
Como jefe de las fuerzas armadas era un desastre: los medios y bajos mandos no lo respetaban, entonces aplicó los manidos recursos de su partido: el soborno y la lisonja, sólo así mantendría la unidad necesaria entre el ejército y el narco, bastiones fundamentales del poder institucional.

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Al salir de  la reunión, intempestivamente, dos camionetas les cortaron el paso. Escuchó gritos y disparos y el estruendo de cristales rotos. Uno de sus guardaespaldas lo derribo al piso. Sintió un impacto en la frente, sus ojos se cerrarían un instante después.



José Cruz
Blues y luz.















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