Puse la punta del pie en la poesía aceitosa de Sylvia Plath.
Pedazo de ébano en un bistec saladísimo en la mesa de
lluvia y relampagos.
El ostión era un ojo abierto: un suicidio de hojarasca que
cesó su aliento.
Alma enfermiza, trémula.
Marea de aguas malas incendiaron
sus tejidos.
Y los órganos fallaban y fallaban, y no se echaban a
andar
en la vida.
La poesía es responsable:
Poesía asesina de espita de gas
suicidio eterno.
Tardío reconocimiento a esta alma embrollada en sus
dudas.
Diosa en el Templo de las Compasiones:
No quedó mucho que matar más que un jirón de alma
salvaje hoy inolvidable.
JC
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