viernes, 20 de septiembre de 2019

Al profeta del nopal
                                                      Pre-historias

Éramos y estábamos Chac  Mool, Rockdrigo González con Qual y Real de Catorce (Roberto González al bajo, Fernando Ábrego  en la bataca y yo) en el gigante Palacio de los Deportes. Jorge Pantoja, amigo y promotor metidísimo en la cultura, nos había invitado siempre comprometido con los eventos juveniles; antes de entrarle a la tocada, Rockdrigo, Roberto y yo sacudíamos la  artritis nerviosa de la actuada  con unos pegues de mota, como me había recomendado mi carnala Julia Camargo. Jorge Reyes, cabeza de Chac Mool, subió al escenario con su garbo y prendidez ¡Ah, ese sonido de cristal que emanaba de la estratocaster de mi cuñado! Carlitos Alvarado y su síntesis cósmica en las teclas, me llevó a una espontánea alucinación que me pescó desprevenido (creo me prendían el cúmulo de ácidos con que había atascado mi torrente sanguíneo). Una hora y media y continuaba mi querido Rockdrigo y su Qual, con Fausto Arellín a la lira; al final, Real cerraba.
Un ángel de lente oscuro y chamarra de mezclilla, voló hacia el escenario; la banda expectante, lo ovacionó, el grupo Qual tocó una rúbrica y el ángel aventó su voz nasal a ese público para introducirlo en su mundo profético; de lenguaje sencillo que el más simple mortal mascaba, Rockdrigo González hablaba con su público pausadamente y explicaba de dónde salía tanta poesía universalmente filosofa y callejera. Roberto González y yo lo escuchábamos, introspectivos;  nos llevaba a sus hemisferios unidos, como los chamanes sabios de puerto y barriada; a su rancho eléctrico. Qual sonaba bastante bien, haciendo interludios entre fraseo y voz o unísono con la voz de Rockdrigo,  Fausto Arellín, soleaba rico la lira, conocía perfectamente lo que las rolas del profeta necesitaban; ,sonidos y matices hermanados a la lírica del Rockdrigo. La banda se clavaba literalmente y aplaudía con total asentimiento, pues esas rolas  le metían mano al pecho y le  masajeaban las razones de un corazón urbano que,  de soledad entiende mucho.
Crítico de voz rasposa y afinada; ingenio e inteligencia,  excelente "coplista huapantanguero, anti- intelectual", sarcástico, tocaba en  el Wendy's Pub de Insurgentes;  así, con una guitarra de palo  y un arnés que sujetaba la imprescindible armónica, se presentaba asiduamente. Recuerdo que cuando lo escuché por vez primera, me sucedió lo mismo que cuando oí a Jaime López: me enamoré de su talento. Nunca he envidiado el talento de los demás, muy al contrario, me resulta inspirador. 
Era ya la última rola del que bautizarían después como "el profeta del nopal"  (en la prehistoria del que hoy llaman "canto rupestre"), concepto muy atinado puesto a los compositores que entrábamos desnudos a escena con una simple guitarra de palo y en el caso de Rockdrigo,  el de Jaime y el mío, con una armónica sujeta en un arnés.  Ya abajo de aquel templete, Roberto y yo le dimos un fuerte abrazo al Rockdrigo y al Fausto, contentos por su rotundo éxito,  "¡Vientos carnales!", dijimos con abierta franqueza, producto de nuestra liviandad de espíritu. Del gran Roberto González,  personajazo; tremendo compositor y amado amigo mío, escribiré en su momento, pero aseguro que para mi es un genio.
El Palacio de los "rebotes" aulló cuando de mi inhalación profunda manó un largo  y poderoso  bending; Real había tomado puerto.

Blues y Luz
José Cruz.  19 Septiembre.

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