viernes, 8 de febrero de 2019


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LA FRACTURA DE LA IDENTIDAD


Lo que escondemos y lo que en realidad creemos ser:
De niños, nos dimos cuenta de que para ser aceptados en nuestro entorno familiar y social teníamos que ser de una forma determinada. Algunos de los rasgos que conformaban entonces nuestra personalidad no encajaban en lo que se esperaba de nosotros.
Por eso tuvimos que ocultarlos en algunos de los rincones de nuestro inconsciente para que no afloraran en nuestra vida y pudieran dar lugar a lo que tanto temíamos: el rechazo.
 Los rasgos que ocultamos podrían ser la rebeldía o una sobresaliente creatividad.
Por un lado representamos un papel y por el otro, intentamos esconder al personaje real
Como haya sido, si no encajábamos en el ambiente en el que crecimos, había que suprimirlo. Jung llamó a todos estos rasgos ocultos “la sombra” y, para él, dicha sombra era inquieta y, al igual que en un sueño, nos perseguía para aflorar en los momentos más inesperados e inoportunos saboteando escandalosa mente nuestra vida.
Junto a “la sombra” que representa lo no aceptado de uno mismo, las personas desarrollamos lo que Freud llamaba “el ideal del yo”, una especie de máscara que nos ponemos para encajar en nuestro entorno. Es como si por un lado representáramos un papel y por el otro intentáramos esconder al personaje real.
Y todo este descomunal esfuerzo para PERTENECER.
La fractura de la identidad y la intolerancia a la frustración.

Es fundamental entender que muchas neurosis, con el consiguiente sufrimiento y con el inevitable daño a las relaciones interpersonales, proceden de esta fractura en nuestra identidad.
No se puede realmente amar a otra persona si uno no se ama a sí mismo.
Querer de verdad es acoger en su totalidad lo que una persona es.
Eso que la gente llama empatía, solidaridad o "ponerse en los zapatos
del otro", suele no ser ni genuina ni honesta porque surge de un momento
de "odio puro y sincero" hasta quedar dolorosamente exhibidos.
Reconocer que hay partes nuestras que no nos gustan exige mucha humildad y un gran coraje, pero uno no puede cambiar si por dentro está dividido. Uno no puede cambiar si cree que hay partes de sí mismo que no tienen derecho a vivir. Lo que nos hace más daño no es en sí el defecto que vemos en nosotros o que en su momento vieron otros, sino nuestro rechazo a aceptarlo. Por otra parte, eso mismo que no queremos aceptar y reconocer en nosotros, lo proyectamos en ciertas personas a las que, por algunos rasgos de su personalidad, es fácil colocarles "La etiqueta que nos colocaron en la infancia". Por eso, el no reconocer la propia sombra hace que la proyectemos en otros, donde es más fácil rechazarla. Quien no reconoce su rasgo rebelde, encontrará insoportable a aquellas personas que muestran lo que para él es una excesiva rebeldía.
La intolerancia se vuelve "una cacería de brujas" a quien piensa distinto
de nosotros, y al que nos incomoda por estar instalados en una zona de
"neurosis confortable".
Odiamos nuestra intransigencia en "el otro", pero en realidad perpetuamos el odio propio hasta que nos carcome.
Uno no puede cambiar si cree que hay partes de sí mismo que no tienen derecho a vivir
Ocultar “la sombra” y mantener “la máscara” consume mucha energíay por eso, no es extraño que estemos a veces tan agotados.
Si queremos tener más vida, serenar nuestro corazón y alegrar nuestra alma, en nuestro interior hemos de acoger a esos personajes sombríos que tan poco nos agradan. Acoger no significa quedar a merced de ellos o quedar sometidos por ellos, sino sencillamente reconocer que son también una parte nuestra.
Cuando nos contraría una simple expresión que nos sacude, acudimos
a "lo que creemos que es la más eficaz defensa": el insulto, pero en lugar de eso, exhibimos la debilidad y pobreza de nuestros argumentos y nos
sentimos desilusionados no de nosotros mismos si no de quien nos
confrontó con un lapsus de doble moral.
Al final “la sombra” se creó porque alguien nos puso condiciones para que nosotros pudiéramos ser amados. “La sombra” se mantiene porque también nosotros nos ponemos condiciones para querernos. Un amor sin condiciones, abrazando lo que somos en su totalidad, es lo que cura todos los males porque elimina nuestro miedo:

"El enemigo del amor no es el odio, sino el miedo".

JC

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