lunes, 14 de mayo de 2018


Diario, al levantarme, repito el mantra "Yo No Soy El Cuerpo".
Y lo hago para disciplinar el dolor que se mudó desde
hace un largo tiempo conmigo.
(Inahalo-exhalo)
También me auxilia en los habituales y confusos  momentos
de contracción mental, o de ira repentina, o de depresión.
Un camino pesado llevado a cuestas con honrosa valentía.
Pude haberme suicidado años atrás, pero no lo hice: estoy
rodeado de amor, y más que nada, del amor a esta vida que
me fue prestada.
Largas estancias en hospitales; benditas terapias que he de
agradecer aunque, a veces, me intolere.
Un duelo permanente como un enjundioso blues de fuego
que arde en mi alma.
Pero: ¡No me vengan con tarugadas "los purutanísimos
y racistas con su blues: "Si no es de Negro no es blues".
¡La música de Real de Catorce, es Patrimonio Nacional!
¡Güevos! En fin...¡ya me dispersé!

Decía: Ignoro porqué la ñaca-ñaca de la muerte no me
ha llevado en brazos al tiradero de los cuerpos con ojos
vidriosos e inertes.
Sé que habemos muchas almas en cuerpos enfermos, y sí,
me siento acompañado.
¿Que si me he vuelto sabio?
También lo ignoro, pregúntenle a mi ángel protector, el
que, con voz suave, me dice al oído: "aguanta, no falta mucho",
"el tiempo es relativo, sólo una ilusión: tú pediste esto, crece".
Y, al menos, eso si, he crecido en entendimiento y, quizá, en
Contentamiento. ¡Ah! El difícil Contentamiento; y, ¡ah!
¡la chingada fe que se hace la difícil! ¡No con todos! No con
cualquiera!
Cada lunes, desde hace "un millón de años", la hora
de la quimioterapia que me descompone y destartala y
que me obliga a repetir el mantra: Yo No Soy El Cuerpo.

JC

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